Y ahora un cuento para los niños y no tan niños. El dibujo lo hizo mi hija Marta.
El
cerdito Pancetín.
En
lo alto de la montaña más alta del valle, donde los pájaros juegan felices con
las ardillas, había una granja con cien cerditos y cien cerditas.
Aquella
mañana todos los animales estaban de fiesta. La familia Panceta había tenido siete
nuevos bebés. Y todos bailaban al compás de la música. Las vacas mugían, los
caballos relinchaban y las gallinas cacareaban mientras los pequeños pollitos,
intentaban curiosos, ser los primeros en conocer a la pequeña familia. Y
mientras, los mayores, continuaban celebrando y dando la bienvenida a los
nuevos habitantes de la granja.
Papá
y mamá Panceta estaban muy felices con sus nuevos hijitos. Pero lo que no
sabían es que entre ellos había uno muy especial. El pequeño Pancetín no podía oír.
Nadie
imaginaba el problema que tenía Pancetín y pensaban que era un cerdito
desobediente que nunca hacía caso a nadie. Por eso siempre lo castigaban. Mamá tenía que pegarle un bocado
en la oreja y llevárselo a rastras mientras Pancetín lloraba desconsolado, sin entender
por qué lo castigaban.
—
¿Por qué Pancetín es tan especial? ¿Por qué nunca me hace caso? —decía mamá
Panceta preocupada.
Sus
hermanos jugaban en el lodo y lo invitaban a jugar con ellos. — ¿Pancetín te
vienes a jugar con nosotros? — Pero él no contestaba y se iba sin decir nada.
Siempre estaba sólo y nunca hablaba con nadie.
Sólo
cuando su hermana Pancetina buscaba trufas en el bosque, Pancetín corría en su
busca y buscaban juntos todas las trufas que pudieran comer en una tarde. Sin
embargo, nadie se daba cuenta de que aquel pequeño cerdito era sordo.
Una
mañana que Pancetín paseaba por el prado, un perro pastor, cuidador de ovejas
llamado Alerta, lo empujó de repente para evitar que una estampida de ovejas lo
atropellara.
—
¿Pero estas loco? ¿Es que no has oído a las ovejas? ¡Han estado a punto de
atropellarte! ¡Debes prestar más atención!
Pancetín
observaba a aquel perro mover la boca sin parar. Igual que hacían todos cuando
le miraban pero… ¿Qué querían decir? No entendía nada aunque le parecía muy
divertido lo que hacían con la cara, así que sonreía y seguía su camino.
—
¿Se puede saber de qué te ríes? —decía Alerta enfadado mientras Pancetín se
marchaba riendo. —Estos jóvenes de hoy no escuchan a sus mayores. — Y diciendo
esto, se marchó para encerrar a las
ovejas en la granja.
Al
llegar, vio a papá y mamá Panceta a lo lejos y decidió ir a quejarse, pero al
acercarse escuchó lo que estaban hablando:
—
Desde que nació, Pancetín es diferente a los demás. Nunca hace caso, ni juega
con sus hermanos. Todavía no ha dicho ni una palabra y siempre está sólo. —Mamá
Panceta lloraba mientras Papá la consolaba acariciándola con su hocico.
—
No te preocupes —decía el papá—. Ya verás cómo, cuando se haga mayor, se
convertirá en un buen cerdito.
El
perro pastor se quedó pensativo durante un momento y de pronto tuvo una idea.
Pero antes de decírselo a nadie, decidió hacer una prueba.
Salió
corriendo hacia la granja y buscó los globos que habían sobrado de la fiesta.
Cogió uno de color azul y lo infló hasta que estuvo bien grande. Luego buscó
una aguja y se fue a buscar a Pancetín.
No
tardó en encontrarlo paseando por el valle. Y sin que lo viera, se acercó muy
despacio hasta ponerse detrás de él. Entonces sacó la aguja y…
¡PUM!
Explotó el globo.
Pero
Pancetín no lo escuchó y siguió caminando sin darse cuenta de nada.
Entonces
contento se puso delante de él y comenzó a mover las patitas.
A
Alerta le había enseñado a hablar por señas, un amiguito sordo que conoció un
día en la ciudad, y ahora iba a enseñar a Pancetín para que pudiera comunicarse con todo el mundo.
Pero
Pancetín no dejaba de reír al mirar al perro cómo movía las patitas y la cara,
se reía tanto que hasta se cayó panza arriba y se revolcaba por la hierba sin
poder parar de desternillarse.
Alerta
miraba al cerdito revolcarse de la risa, con su barriguita redonda y sus cortas
patitas boca arriba y supo que le quedaba mucho trabajo por hacer, así que se
armó de paciencia y esperó a que Pancetín comprendiera que aquel perrito lo quería
ayudar.
No pasó mucho tiempo hasta
que todos en la granja aprendieron a
hablar por mímica y desde entonces, Pancetín tiene más amigos que nunca
y siempre está acompañado de alguien, sobre todo de su mejor amigo Alerta.
Ya obedece a mamá y juega
con sus hermanos en el lodo o al pilla pilla. Pero lo que más le gusta de todo
es hablar y revolcarse de risa en la hierba con su pancita hacia arriba.
Un tiempo después, el perro
Alerta, nombró a Pancetín su ayudante para cuidar y guiar a las ovejas por los
prados verdes. Y así Pancetín se convirtió en el primer cerdito sordo guía de
ovejas y siempre fue muy feliz.
FIN
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