El Alux



El calor sofocante se cernía sobre la llanura árida y cuarteada. El fulgor del sol cegaba a cualquier animal que osara asomar su hocico, y la exhalación producida por la calorina complicaba la inspiración. Todo parecía yermo, exánime sobre la superficie del futuro maizal.

Sólo el frescor de la noche atenuaba el sufrimiento de las pequeñas semillas que pacientes esperaban la llegada de las tardías lluvias, mientras luchaban contra la mala hierba que usurpaban el terreno. Sin embargo, la magia de la naturaleza, hace germinar la primera simiente de maíz. Un pequeño brote tierno y frágil pero con la energía suficiente como para despertar  y dar vida al Alux. Un niño de piel gris y enormes orejas, sin infancia, desamparado y solitario que despierta sin soñar. Un niño envejecido, sin hogar, sin familia, sin recuerdos. Un ser pequeño, un duende que revive junto a su hermano mijo, para portar fortuna a los campos.

“Envidio a los campesinos que trabajan estas tierras. Hombres que nacieron y crecieron, que crearon una familia y que perpetuarán sus vidas a través de su descendencia.
Todos son iguales, desagradecidos que devastan lo que sólo ellos pueden salvar. Hombres que han sido bendecidos con la mayor arma del mundo, la inteligencia, y que la usan para destruirse los unos a los otros.
Nacen como niños, llenos de dulzura, inocencia, bondad y sueños. Tan análogo a mí y tan opuesto a la vez. Luego crecen, y junto con la altura y el pelo también se desarrolla la maldad, la vanidad, la mentira y la ambición.

El ser humano, creación perfecta con la fuerza de un león y la delicadeza de una mariposa, lleno de vida y de posibilidades futuras, que desperdicia centrado en su soberbia idea de adueñarse de aquello que no le pertenece, exterminando al resto de los seres vivos por su propio beneficio.

 Y aún así tan hermoso. Capaz de inspirarse con un suspiro o un pétalo. Tienes la capacidad de crear belleza a tu alrededor, compones, pintas, esculpes, construyes y escribes. Y en vez de deleitar tus cincos sentidos con ese arte, lo conviertes en moneda de cambio pues tu codicia no tiene parangón.

¿Y qué hay de mí? Un eterno infante sin pasado ni futuro. Nací junto al esqueje y junto a él feneceré. Sólo unos meses separan mi vida de mi deceso y durante ese tiempo, cuido los campos, ayudo a que crezca el maíz, llamo a la lluvia y vigilo en las frías y húmedas noches, silbando para espantar a los animales de rapiña o para delatar a los ladrones. Soy un duende, pequeño de cuerpo pero grande de corazón… ¿Acaso no merezco por ello algo a cambio? ¿Por qué tú, humano, plagado de defectos y carencias, tienes el don de una vida plena, llena de sueños y esperanzas? ¿Es que no trabajo como tú? ¿No cuido el maizal? ¿Por qué no tengo derecho, yo también, a conocer el amor, a perpetuar mi especie y a ser feliz?

Y vienes hasta aquí, arrancando con tu hoz, la vida de mis hermanos y con ellos la mía. Y pereceré. Pero algún día volverás a sembrar y cuando la primera  semilla germine, regresaré; sin recuerdos, sin pasado, pero con la determinación de cobrar lo que me pertenece, de hacer un intercambio. Tu vida por la mía.”


Segado el maizal, el Alux regresó con Centeotl, el Dios del maíz. Y las tierras, poco antes, engalanadas por tonos esmeraldas y dorados, permutaron su belleza, por matices castaños y terracotas. De nuevo la llanura árida y baldía permanecerá a la espera de aquellos días pluviosos que darán vida de nuevo al terreno. Pero ni la incandescencia del astro rey golpeando duramente contra la llanura, ni la calima que robaba la poca humedad que permanecía en el terreno, podrían llevarse el deseo de un pequeño duende que codiciaba ser humano.

Delma T. Martín

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