El Oasis Perdido





EL OASIS PERDIDO

Perdido en el desierto, entre grandes dunas y tormentas de arena, se encontraba Alí, un hombre joven, moreno y de ojos intensos, que desesperado, luchaba por sobrevivir.

Y todo, por un sueño.

Cansado de una vida llena de infortunios; pobre, hambriento y sólo. Alí rezó a los dioses para que le concedieran el deseo de la felicidad, porque si la conseguía, si sus dioses le otorgaban aquel anhelo, aquello implicaría que todas sus necesidades estarían cubiertas. Podría dejar atrás aquella vieja casa, con sus sucias y ajadas paredes y su techo agujereado y aquella cama cochambrosa que le daba más dolores que descanso. Conseguiría un palacio de oro con hermosos jardines y un harén repleto de bellas mujeres para él sólo, su cama mediría dos metros y el colchón estaría fabricado con las níveas nubes del cielo, sería rico, nunca más pasaría hambre y la gente lo respetaría… Todo aquello le haría feliz, muy feliz. Y mientras jugaba con aquella maravillosa idea, se fue relajando hasta abandonar el mundo de los vivos para viajar por el de los sueños.

De repente, una dulce y sensual voz comenzó a llamarle:

—Alí —dijo—. Alí, sé que deseas la felicidad y yo puedo dártela. Busca el Oasis Perdido, en el gran desierto de Arabia y cuando lo encuentres déjame un presente que sólo a ti te pertenezca, luego toca la flauta mágica. A partir de ese momento no volverás a sufrir más infortunios y obtendrás tu tan ansiada felicidad.

Y así fue como Alí, tras despertar de aquel fantástico sueño, asió todo aquello que creyó importante o necesario y se lanzó a la aventura.

Agua, comida, ropa y algunas baratijas, fue todo lo que colocó en su hatillo, y feliz, se marchó en busca del oasis perdido de su ensoñación.

Pero pasaron las horas y luego los días, y en el desierto sólo aparecían dunas, tormentas de arena y un radiante sol que le iba robando poco a poco la vida.

Desesperado, pensó que si soltaba un poco de peso, aligeraría la carga y eso le haría andar más deprisa. 

¿Pero qué dejar? La comida y el agua eran importantes y los pocos objetos que había conseguido recabar, los necesitaba, pues la voz le dijo que tendría que dejar algo que le perteneciera. Todo parecía necesario, aún así, decidió que la ropa no era imprescindible y la abandonó en la arena, después de todo, cuando encontrara el oasis, conseguiría toda la ropa que desease. Y así continuó caminando sin rumbo fijo, buscando aquel pedacito de tierra fértil.

Pero los víveres se agotaron y tanto la sed como la extenuación, pronto le hicieron prever  que no conseguiría salir vivo de allí. Fue por ello, que en un último intento de supervivencia, abandonó todo objeto que transportaba, mientras rezaba por no morir de aquella estúpida manera.

Había agotado sus últimas fuerzas cuando de repente un oasis apareció ante sí. No sabría decir si llevaba allí todo el tiempo o había sido cosa de magia pero la verdad es que no le importaba lo más mínimo, lo había logrado, no iba a perecer.

Tras saciar su sed de un manantial y comer de los frutos que la Naturaleza le ofrecía, descansó bajo las sombras de las palmeras, sintiendo la brisa fresca acariciar su piel. Y durmió, quizás un día, quizás un mes, pero cuando despertó, se sintió renovado, feliz y sobre todo vivo.

Una flauta de oro y piedras preciosas que había aparecido junto a él, le recordó el motivo por el que se encontraba allí y entonces comprendió que su esfuerzo había sido en vano pues una de las condiciones era dejar algo de su propiedad y ya no le quedaba nada. Intentó hacer sonar varias veces la flauta, para asegurarse, pero nada sucedió. Desanimado y consciente de su error, comenzó a buscar la manera de salir de allí, pues no podía hacerlo a pie, puesto que sin comida, ni agua, ni manera de trasportarlas, no duraría mucho tiempo en aquel desierto. El oasis que le había salvado la vida, ahora se había convertido en una prisión, con la particularidad que en vez de barrotes, tenía palmeras. Necesitaba escapar y aquello se convirtió en su obsesión. Dejó de comer y dormir pues sólo podía pensar en cómo buscar una salida.

Cuando de repente, una mañana, la encontró. Era una idea maravillosa y estaba seguro que serviría, así pues, asió una piedra afilada e hiriéndose en una mano, dejo manar su sangre y utilizándola de tinta escribió en una roca.

«Dejo algo que sólo me pertenece a mí. Mi sangre»

Y tras escribirlo, tocó la flauta mágica que le hizo caer en un profundo sueño.

Al despertar miró a su alrededor y comprobó que no había palacio de oro con hermosos jardines, ni un harén de bellas mujeres, ni un lecho con colchón de nubes, muy al contrario, descubrió que de nuevo  se encontraba en su vieja casa, con sus sucias y ajadas paredes y su techo agujereado y aquella cama cochambrosa que le daba más dolores que descanso. 

Pero no le importó, levantó los brazos, respiró hondo y se sintió tan feliz de saberse vivo y libre, que comprendió que nada más necesitaba.

Y así fue como Alí encontró al fin, la Felicidad.

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