Sólo y en silencio, aprovechaba las horas nocturnas para
concentrarse en su novela.
Una taza humeante frente a él mientras sus dedos
bailaban sobre el teclado del ordenador.
Las palabras bullían de su mente como nunca. Tras una
temporada de bloqueo, había logrado volver a escribir y ahora que por fin, había
conseguido que regresara la musa, no iba a permitir que volviera a escapar.
De repente un ruido en la planta de abajo le sobresaltó.
Vivía sólo en casa y a aquellas horas de la madrugada, nadie en su sano juicio,
vendría a visitarle.
Dejó de escribir y se concentró en el sonido.
Desde su mesa podía ver, a través de la puerta entornada,
la escalera que bajaba hasta perderse en la inmensa oscuridad que ofrece la
noche.
Esperó unos segundos, fundido en el más absoluto
silencio, vigilante… pero nada ocurrió.
En seguida se repuso y continuó escribiendo aunque ahora
lo hacía un poco más cauto, pues se había quedado algo intranquilo.
No pasó mucho tiempo cuando escuchó otro sonido, este era
distinto. Si el de antes le había parecido algo metálico, ahora estaba seguro
de que se trataba de pasos.
Había alguien en casa.
Una sensación de angustia recorrió todo su cuerpo a modo
de escalofrío y necesitó un instante para pensar que hacer ¿Sabrían que él
estaba allí?
Seguro que sí pues sólo un momento antes, había estado
aporreando el teclado con tanta energía que hasta un sordo se habría enterado.
Miró a su alrededor con la esperanza de encontrar algo
con lo que defenderse, ¿Pero qué?
No había gran cosa allí. Siempre le había
gustado las mesas despejadas y a excepción de un par de plumas, una libreta y
el ordenador, nada más parecía servirle. Y con aquello poco podría hacer.
De repente escuchó pasos por la escalera y sintió un
sudor frío bajándole por la sien.
Alguien se acercaba despacio, lentamente.
Las pisadas sonaban cautelosas pero firmes y resonaban en
sus oídos como tambores, casi tan fuertes como los latidos de su corazón que
parecían querer escapar de su cuerpo.
Una pisada tras otra, un peldaño tras otro.
Sabía que pronto llegarían hasta él y cuando aquello
ocurriera, nada podría hacer por defenderse.
La desesperación aumentaba por momentos y el miedo que
sentía era tal que comenzaba a faltarle el aire y un fuerte temblor arrancaba
de su cuerpo la poca fuerza y valentía que pudiera quedarle.
Por la ventana abierta, un aire gélido hacía danzar las
cortinas entrechocando con las rejas, como si el destino jugara con él a un
juego macabro, recordándole que no tenía salida.
Ciento de ideas pasaron por su cabeza a cual más
terrorífica.
¿Estarán armados? ¿Le golpearán hasta matarlo? ¿Qué
buscaban? Porque si eran conscientes de que él estaba allí arriba y aún así subían,
no debían de querer nada bueno.
De repente, una idea cruzó su aterrada mente.
Se quitó el cinturón del pantalón con toda la rapidez de
la que fue capaz y en lo que dura un suspiro, se subió en una silla, enganchó
el cinturón a la lámpara, luego a su cuello y en cuando vio que la puerta
comenzaba a abrirse… saltó.
En ese mismo instante comenzó a sonar el teléfono hasta
que saltó el contestador. La voz decía:
Carlos, soy tu vecino, supongo que a estas horas estarás
durmiendo ya, pero te aviso para que no te asustes, de que mi perro se ha
vuelto a colar en tu casa. Buenas noches y un abrazo amigo.
Delma T. Martín
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